Nos hemos educado en atención a múltiples “deberías” y responsabilidades. Una filosofía de “primero el deber y luego la devoción” que nos lleva a cumplir con nuestras responsabilidades a través de acciones. No es que nos motive en sí hacerlas, sino evitar la culpa que sentiríamos si no las hiciéramos. Para cumplir, por tanto, necesitamos un motor que nos mueva a esa acción. Es en este punto del proceso cognitivo en el que la preocupación juega el papel de ese motor, y lo hace como una extraña reacción ante el miedo. Extraña porque, adaptativamente, ese miedo debería hacernos huir de la situación que lo provoca, pero en su lugar nos hace darle vueltas y mas vueltas en creciente preocupación. La preocupación parece, por tanto, un efecto secundario de nuestro cerebro racional, que ha vencido, una vez más, a la lógica adaptativa de nuestras emociones.

Con el tiempo esta preocupación se vuelve un hábito que se ve reforzado por la creencia de que la preocupación en sí es parte de la resolución del problema y que ha comenzado su afrontamiento. Creemos que la preocupación es algo positivo porque es:
· Una muestra de responsabilidad.
· La única manera de resolver los problemas.
· Una forma de evitar dificultades, conflictos o peligros.

Sin embargo, la preocupación es positiva, sólo cuando dura el tiempo necesario para encontrar una solución a nuestro problema y así actuar. Si no es así, es una pérdida de tiempo que además implica un gran desgaste emocional.

El desgaste emocional proviene de la excesiva atención al miedo que, si bien es una emoción adaptativa, lleva a muchos seres humanos a una infeliz preocupación.
Pensemos en el siguiente cuento como ejemplo del miedo adaptativo: “Cada mañana, en África, una gacela se despierta; sabe que deberá correr más rápido que el león, o éste la matará. Cada mañana en África, un león se despierta; sabe que deberá correr más rápido que la gacela, o morirá de hambre. Cada mañana, cuando sale el sol, y no importa si eres un león o una gacela, mejor será que te pongas a correr”.

Por otra parte, el miedo puede dejar de ser adaptativo ya que tiene un efecto en las personas que puede llevarlas a una ansiedad generalizada. Imagina por un momento el siguiente episodio en la misma sabana africana. Un grupo de personas contempla la belleza del paisaje a pocos metros de unas gacelas. De pronto, de entre unos matorrales sale velozmente un hambriento león a la caza. Presas del miedo todos corren, humanos y gacelas. El león acorta la distancia rápido sobre su presa más cercana, una gacela que pronto queda sometida a las fauces del depredador. Al resto de humanos y gacelas su miedo les ha salvado. Entonces las gacelas ya no corren porque ante el león saciado ya no sienten peligro, los humanos, sin embargo, siguen mordiendo el polvo por la sabana, presas del pánico por si el león tiene más hambre. Así es el cerebro racional del ser humano y así de poco eficientes sus excesivas preocupaciones y miedos.