Yo estudié sacando libros de la biblioteca. El carnet de biblioteca era una herramienta tan básica como el cuaderno donde tomabas apuntes. La biblioteca tenía su propia hora punta, así que si te acercabas por allí en el descanso de la mañana, sabías que te tocaba hacer cola para seleccionar el título, esperar su búsqueda y hacer cola de nuevo para retirar el ejemplar. A veces el libro estaba “pedido” y entonces te inscribías en una “lista de espera” de la que te llamaban pasados días o semanas. Esperar formaba parte de nuestras vidas. Esperabas la carta de tu amiga del verano, desde octubre el regalo de los reyes, que sacaran las notas del examen… Esperar era necesidad y la paciencia una virtud.

“La paciencia es la madre de la ciencia” repetía como mantra una profesora que tuve en mis tiempos escolares  y, efectivamente, aprendimos la verdad que esto encerraba ejercitando la constancia y la dedicación como actitudes imprescindibles para conseguir o disfrutar la mayoría de las cosas.

Hoy tenemos menos paciencia. Tus amigos se molestan si no les respondes al momento un whatsapp y llamamos casi de inmediato si no está la persona con la que hemos quedado. Son los tiempos del inglés en mil palabras y el queso ya cortado en dados. Unos tiempos en los que la paciencia no es realmente útil y es más práctico tener una solvente tarifa de datos o un enchufe cercano.

La paciencia no es resignación
La paciencia se cuestiona y se asimila a falta de asertividad o resignación “¿Vas a sacar el ticket del parquimetro? ¿No tienes la aplicación para aparcar desde el móvil?”- me pregunta un compañero. Es cierto,  la paciencia puede parecer, como mucho, una virtud pasiva, aunque en realidad, supone poner en funcionamiento muchos de nuestros recursos emocionales para frenar nuestra naturaleza impulsiva. Esa misma naturaleza impulsiva que nos hacía llorar porque hasta el domingo no había chuches, y a la que domamos poco a poco haciendo uso de una incipiente paciencia.

Cultivando la idea de ser dueños de nosotros mismos y de nuestras acciones dejamos pasar los beneficios inmediatos para obtener satisfacciones posteriores. Gran parte del éxito personal y el de los negocios  se fundamenta en esto. Así se demostró en los años 60 a través del experimento clásico del Marshmallow (Mischel, W. 1960) en el que se les indicaba a un grupo de niños que si esperaban 20 minutos sin comerse la golosina que se les ponía delante recibirían dos golosinas como premio. Sólo un tercio de los niños esperaron, pero en este grupo se encontraron 15 años más tarde los mejores resultados de éxito personal. Y es que en la espera hay acción. Algo está sucediendo mientras esperamos el resultado.

El cuento zen del Bambú japonés nos lleva por esta misma realidad. El Bambú japonés es una planta que sólo se puede cultivar con conocimiento y una enorme dosis de paciencia. Se siembra la semilla, se abona y se riega con constancia. Con constancia y paciencia durante años en los que, aparentemente, no pasa nada. Sin embargo, durante el séptimo año sucede algo realmente increíble, en menos de seis semanas el bambú crece ¡treinta metros!. En realidad, durante esos siete años estuvo desarrollándose el complejo sistema radicular que daría soporte a una planta de tal envergadura. Lejos del resultado inmediato, el éxito del Bambú japonés es un ejemplo de un paciente y constante crecimiento interno.

¿Cómo podemos cultivar la paciencia?
–        Sé realista. Acepta que las cosas no siempre suceden tan rápido como nos gustaría. A veces el ascensor para en los pisos intermedios. No es posible comprar algo en Ikea  sin pasar por toda la tienda; y si te preguntan “¿Tienes un minuto?” acepta que serán bastantes más.

–        Retarda tu reacción. La principal manera de conocer el grado de paciencia de cualquier persona es observar su velocidad de reacción. ¿Pitas de inmediato cuando se pone el semáforo en verde? Demora tu respuesta, respira y espera. Piensa que controlar tu reacción es hacerte dueño de ti mismo.

–        Practica la espera. Tenemos decenas de momentos durante el día para ejercitar nuestra espera: la web que no se carga de inmediato, la cola del supermercado, los anuncios durante la película… Esperar es un hábito que podemos ejercitar cada día hasta hacerlo un recurso contra la impulsividad.

–        Tomate tiempo para no hacer nada. Un momento reservado para lo que no está en ninguna lista, estar solamente contigo

De cualquier forma, debes saber que ser paciente no está de moda. Ahora se lleva hacer gran parte del informe a golpe de control +C, estudiar con un enlace directo al “Rincón del vago” o comer cualquier cosa cuya mayor ventaja es que estará “listo en cinco minutos.

Es un momento en el que, como escribe Mario Puig “Vivir es un asunto urgente” y aquello de  «Zamora no se tomó en una hora» y «Roma no se hizo en un día», pertenece a un tiempo pasado. Ahora somos más de usar la misma lengua pero con más impaciencia y así escribir en el teclado un “K acs mñna?”, o terminar la ordenes en el trabajo con un “y rapidito”.

En fin, que aunque parezca extraño, hay motivos por los que a veces, me gusta hacer esa pequeña cola frente al parquímetro, practicar la paciencia, no sea que un día se me agote para siempre.