Andar es para mí una necesidad. Es el tiempo y el modo para conectar las muchas ideas de mi mente imparable. Quisiera tantas veces detener este torrente reflexivo… Meditación, yoga y mindfulness no lograron lo que conseguí calzándome unas zapatillas que, con poca confianza, compré para uso ocasional… La aplicación de mi móvil dice que este verano he caminado más de mil kilómetros. Quizá por eso vuelvo en calma con respuestas a preguntas,  ideas más ordenadas y alguna metáfora sugerente.

De las zapatillas limpié primero barro, después arena y en estos últimos paseos polvo, mucho polvo. Recorridos por  calzadas,  arenales y senderos de paisajes bien diferentes.  Me sucede algo similar cuando trabajo. Muchos kilómetros también, esta vez de coche, cada día a un lugar, viajando de sector en sector y a través de historias distintas en cada organización.

Me fui de vacaciones con el sonido de la electrónica de la sala contigua a la que ocupé en el último proyecto en que trabajé. Ahora vuelvo con el sonido de las acequias que han acompañado mis travesías finales por tierra de las Bardenas; singulares paisajes  de barrancos, mesetas y cerros.

Cada organización lo suyo, unas fabrican coches, otras dan servicio a personas. Nada tiene que ver el proceso de esta que hace válvulas con aquella entidad bancaria. Sin embargo las necesidades de las personas son similares. Las energías, emociones, conflicto e ilusiones ¡son tan parecidos!

Por tierra de Bardenas me despedí de mis paseos. En las pausas de las últimas caminatas me entretuve leyendo la historia de algunos de sus pueblos, los que ahora llaman “pueblos del agua”.  Historia interesante. También con sus analogías con otras situaciones…

Estos pueblos del agua fueron pueblos “inventados” a finales de los años cincuenta. Entonces se hizo realidad el anhelo medieval de llevar el excedente de agua de algunos ríos de Navarra y Aragón a las infértiles tierras del latifundio de Ejea de los Caballeros. Así, en aquel paisaje semidesértico se construyó una completa red de canales de regadío con los que hacer cultivables las tierras y atraer familias para labrarlas. Se diseñaron y edificaron pueblos completos con este fin donde antes no había nada. Crear algo nuevo entre ilusión e incertidumbre. Con la mirada puesta en la vuelta al trabajo pienso: ¡Cuántos proyectos y empresas renacen igualmente con una idea confiada y una fuerte determinación por llevarla a cabo!.

Una compuerta se abre y comienza a discurrir el agua del canal por el maizal junto al que paso. Unos metros más adelante el riego automático de unos aspersores hace la misma función en el siguiente. En la lejanía se puede ver el terreno árido y accidentado, probablemente como estuvo en origen. Hasta allí no llegó el agua. Abrumador trabajo con el que se encontraron quienes llegaron primero. Se les concedió un lote compuesto por vivienda, varias hectáreas de terreno, algunas herramientas, huerta y animal. No fue un regalo. Debía pagarse, pero para muchos era una oportunidad de cambiar una vida anterior lastrada por las estrecheces derivadas de la guerra o una alternativa ante la pérdida de la vivienda sumergida bajo las aguas de un pantano. Un nuevo comienzo. Una segunda oportunidad. En los últimos años la mayoría de estos pueblos  han celebrado su cincuentenario. Para muchas de sus familias esta segunda fue su oportunidad. Un segundo y definitivo comienzo.

El verano termina y lo que en junio parecían días eternos ahora se siente distinto en septiembre. En el hemisferio norte el año parece tener dos comienzos, el del calendario y el escolar. Después del verano y, para la mayoría, después de las vacaciones, septiembre nos llena de nuevos propósitos  y nuevos proyectos. Yo he vuelto con uno que supone un comienzo,  con incertidumbre  y con ilusión.

Primeras conversaciones en empresa, escucho los retos de los septiembres de otros. Algunos son propósitos que suponen algún cambio al abrigo de la seguridad de que lo demás permanece, otros son grandes cambios, singulares colonizaciones de sus propietarios. Me contagio de su ilusión e incertidumbre.

Septiembre y termina el verano. Un nuevo comienzo con un nuevo proyecto.  Para ti también es la segunda oportunidad de comenzar lo que te ronda. ¿Qué es?, ¿qué te han susurrado las vacaciones en tus paseos, baños o siestas?

Me encaramo unos metros por el cerro para ver desde allí por donde avanzo. No veo el final, pero veo el comienzo. Allí me dirijo, intentando bajar por donde no hay espinos.