7:55 AM, llego a la empresa cliente. En mi agenda, a las 8:00, el nombre de unos de sus responsables junto con la indicación: sesión de coaching 3.

En la puerta de acceso guardo mi mascarilla y tomo del dispensador de la empresa otra del modelo que es necesario utilizar para acceder a las instalaciones, hidrogel en las manos, medición de la temperatura delante de la máquina y unos pasos hacia el mostrador de recepción sin salirme de las marcas del suelo y hasta la señal indicada. Me presento elevando un poco la voz para salvar la barrera acústica de mi mascarilla y el metacrilato que desde hace unos meses cierra el mostrador. La recepcionista se incorpora para atenderme. Es una personas que no conozco, quizá sea nueva.

-¿Vienes a entregar? – me pregunta señalando la caja que llevo en las manos.

– Tengo una reunión con Jose Antonio G. – respondo.

Toma mis datos y revisa algo, primero entre sus papeles y después en el ordenador.  Parece inquieta. Me siento como si llevara un cinturón de explosivos atado al cuerpo. Levanta el teléfono y un minuto después aparece una persona que se presenta como el responsable de seguridad. ¿Estoy detenida? – me pregunto

La situación es un poco confusa para ella. Parece que el acceso por el que he entrado es ahora sólo para entregas y la recepcionista, que empezó ayer a trabajar, entienden que yo no he venido a entregar nada…  Jose Antonio G. aparece por el hall en el momento en que me estoy ofreciendo para acceder por otro lugar. El asunto se aclara rápido.

La sesión transcurre con normalidad. Aprovechamos el espacio de la amplia sala en la que estamos para realizar una dinámica. Me mantengo a distancia, pero me siento tan cerca de las emociones, reflexiones y las expresiones de mi cliente… Cerramos la sesión. Hoy no he utilizado ninguno de los recursos de la caja que suele acompañarme en las sesiones, y que hoy generó la confusión porque yo no venía a entregar.

Nos levantamos de las cómodas sillas desde las que hemos cerrado la sesión. Conversamos sobre ello de camino a la puerta. Ambos agradecemos el soplo de aire fresco que entraba por las ventanas y hablamos sobre el sonido de los pájaros que nos está acompañando en cada reunión desde que iniciamos el proceso de coaching. Mi cliente lo interpreta como una metáfora y de inmediato lo conecta con nuestro diálogo anterior. Parece que acaba de ser consciente de algo. Nos despedimos.

Al salir observo que en la puerta ahora hay un vistoso cartel con letras de gran tamaño:        “SOLO PARA ENTREGAR”

Yooo vengo a entregar mii coraazoón canturreo con un coro de pájaros de camino al coche.