De cuando en cuando había algún niño que era «caballito blanco». Jugaba como los demás, pero no tenía responsabilidad si se confundía ni consecuencias si perdía.

Eran un rol temporal reservado para la primera vez que jugabas. A la segunda ya podías haber espabilado porque perdías tu estatus de «caballito blanco».

Ser siempre «caballito blanco» era un privilegio reservado a uno pocos, como Mikhail que no entendía ni una palabra o Elena que no podría correr.

Designar «caballitos blancos» era un ejercicio de empatía, sí, pero duraba lo justo para que el nuevo jugador aprendiera lo mínimo. Después, como jugador de pleno derecho, las normas del juego se cumplían y se hacían cumplir.

Cuando comparto conversaciones sobre estos juegos infantiles y sus normas me divierte escuchar las diferentes formas con que en distintos países se nombra esto mismo del «caballito blanco»: «cascarón de huevo», «mantequilla», «palomita suelta»…

Si muchas culturas convergen a nombrar lo mismo puede que suceda que existe una necesidad humana común. ¡Qué liberador es ser inocente! Saber que haga lo que haga no habrá recriminaciones ni consecuencias negativas.

Hablaba Erich Fromm del Miedo a la Libertad. Me atrevo a decir que la humanidad tiene miedo a la responsabilidad y que ésta última es sólo un mal necesario.

¿Para qué asumir la responsabilidad si da miedo?

Asumimos responsabilidades sin desearlas. La responsabilidad rara vez es algo que se busca. Al menos no como tal. La responsabilidad es una consecuencia secundaria de tener poder.

Jugar siendo «caballito blanco» era jugar en un modo demo en el que muchas funciones estaban inactivas; no podías hacer valer normas, plantear un cambio de juego, ni podías realmente ganar… Esas eran cosas que se podían hacer sólo cuando ya eras jugador de pleno derecho, y por eso la mayoría aceptaban dejar de ser pronto «caballito blanco».

Normas del universo infantil que se entremezclan y replican con las realidades de todas las edades.

«Caballitos blancos» disfrazados

La vida adulta está llena de «caballitos blancos» disfrazados.  ¿Te has fijado?

Cuando un compañero nos dice que su resultado fue malo porque no le dieron recursos, porque otro no hizo su parte o porque alguien le ordenó hacerlo así, está reivindicándose como «caballito blanco».

Esas quejas y excusas reiteradas son comunicaciones con un mensaje encubierto pero claro: “soy inocente”.

Aún a riesgo de perder su poder y capacidad hay mucha gente que prefiere ser «caballito blanco» y con ello ser inocente, que ser jugador de pleno derecho. La responsabilidad se les hace una carga demasiado pesada. A veces porque los errores propios les resultan difíciles de soportar, a veces porque su ego está débil. Este es el rol de víctima, del “yo no he sido”, “ ya estaba así” o “yo solo he hecho lo que me han dicho”.

Que nadie sea «caballito blanco»

Luego hay personas que querrían ser «caballito blanco». Lo desean, pero saben que no deben. Ese era un estatus temporal infantil que ya se fue. Entonces critican de manera destructiva y persiguen cualquier atisbo de elusión de responsabilidad. Escudriñan el horizonte buscando cualquier muestra de que alguien cabalga sobre el rol prohibido de «caballito blanco».

Es el rol del perseguidor:  “¡¿a quién se le ha ocurrido hacer esto?! , ¡¿quién se ha marchado sin  terminar?!, ¿¡por qué no has llegado puntual!?… Busca que todo el mundo asuma hasta la más mínima responsabilidad.  Si ellos no pueden ser «caballito blanco», los demás tampoco.

Promoviendo «caballitos blancos»

Por último, están lo que favorecen que haya «caballitos blancos» ¿¡Para qué!? Para tener a quien proteger. Este es el rol del salvador.

El salvador está por encima de los demás, pero no de forma impositiva, sino cuidando a los más debiles. Su rol no puede existis si no hay «caballitos blancos», personas vulnerables que le necesiten. El rol de salvador es protector : «yo me encargo, que tu ya tienes bastante», «lo haces bastante bien para el poco tiempo que llevas»… Sin embargo, es dañino porque desempodera a los otros. En su deseo de ser necesitado promueve que haya «caballitos blancos».

 

Victimas, perseguidores y salvadores. El juego de ser o no ser «caballito blanco» y de querer o no querer que otros lo sean. Sea como sea, el juego y sus normas continuan.

Cada cual elige si quiere jugar a «caballitos blancos».