Salgo a comprar el pan. Me cruzo con algún vecino y nos saludamos de lejos, con la cabeza, con miedo a que cualquier palabra contravenga las normas.

El ser humano es semigregario y en su sociabilidad natural necesita contacto con otras personas. En las culturas mediterráneas como lo nuestra, tenemos gusto por salir, tomar algo con amigos, ir al cine, bares,… Y aquí estamos italianos y españoles a la vanguardia del confinamiento en Europa cantando en los balcones.

Nuestra comprensión de la sociabilidad requiere de un espacio para la individualidad.

No somos hormigas al servicio absoluto de un bien común ni leopardos solitarios. El ser humano es semigregario y por tanto necesitamos al grupo pero también nos es necesario un espacio para la individualidad, para estar cada cual consigo mismo.

Para quienes estos días, estas semanas, teletrabajamos o aún menos para quienes no tienen actividad laboral, el contacto social se reduce a apenas una breve salida al super o poco más.

¿Cuánto tiempo puede aguantar una persona la situación de aislamiento? ¿En qué momento empieza a afectarle en su salud mental?

Recuerdo de mis tiempos de carrera los alarmantes resultados en estudios sobre deprivación sensorial (aislamiento total a cualquier estímulo). ¿Y qué sucede en situación de deprivación social?. Investigo. No hay estudios claros sobre los efectos del confinamiento.

Admirada y agradecida por la cantidad de iniciativas sociales y generosas para conectar que me llegan estos días. Ocupar el tiempo parece que se ha vuelto ahora una necesidad. Nuestro cuerpo paró en seco y nuestra cabeza acelerada y yonki busca llenar el tiempo, tachar de la lista de pendientes, recuperar aficiones postergadas….

Me parece clave tener rutinas pero también es nuestra oportunidad para conectar con la calma, con la tranquilidad que nuestra sociedad ansiosa paradójicamente tanto desea. ¡Cuántos de nosotros esperamos los fines de semana o las vacaciones para descansar y desconectar!

El confinamiento nos brinda la oportunidad de actuar por la sociedad desde la aparente pasividad. Puede parecer extraño. A nuestro cerebro de hecho lo cortocircuita. Nuestra mente percibe que “algo muy grave está sucediendo” y en coherencia nuestro cuerpo debería “hacer un esfuerzo extraordinario”. Recibimos el mensaje “quédate en casa” que no es acción sino inacción y lógicamente nos cuesta entenderlo a pesar de las gráficas de expertos y simulaciones matemáticas.

Me centro en lo que está en mi mano, lo que hago en mi casa para cubrir mis necesidades sociales o individuales y, para lo que sucede fuera, confío, porque también está bajo mi control de manera indirecta pero poderosísima desde lo que hago no haciendo.